[1 de mayo de 2011] BRUSELAS - El Prof. Olivier de Schutter inicia hoy oficialmente un nuevo mandato como Relator Especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha renovado pues el mandato de tres años del Sr. De Schutter una vez más. ¿Qué conclusiones extrae de su primer mandato?
Salir del callejón de las crisis alimentarias
"Hace tres años, cuando inicié mi mandato como Relator Especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación, los mercados de productos alimentarios básicos estaban inmersos en la peor tormenta de la historia. El índice de precios de la FAO alcanzaba niveles históricos y las manifestaciones tomaron las calles de más de cuarenta países. Los Gobiernos se estremecían de pánico y algunos acabaron incluso prohibiendo las exportaciones de productos básicos para tranquilizar a la población. En cuestión de meses, más de 140 millones de personas cayeron por debajo del umbral de la pobreza. Y por primera vez en la historia se superó la cifra de mil millones de hambrientos en el mundo. Tres años después, me preparo para asumir mi segundo mandato como Relator Especial de la ONU, ¿qué ha cambiado en estos tres años?
No cabe duda de que el pánico originado por la crisis alimentaria de 2007-2008 empujó a los responsables políticos a actuar y desde entonces se han conseguido grandes victorias. La agricultura ocupa ahora oficialmente la primera página de la agenda política; se han comprometido grandes sumas de dinero y se ha reformado el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial, lo que ha llevado en una mejor gobernanza global de la seguridad alimentaria. Además, tanto las agencias internacionales como los gobiernos han reconocido en repetidas ocasiones que la realización del derecho a una alimentación adecuada es un elemento clave en la búsqueda de soluciones sostenibles para acabar con el hambre en el mundo.
No obstante y a pesar de estos cambios, la situación de 2007-2008 se repite hoy siguiendo el mismo guión. Hace menos de un año, los precios en los mercados internacionales volvieron a incendiarse y se mantuvieron en alza continua durante ocho meses. Según el Banco Mundial, los precios de los alimentos están ahora un 36% por encima de los niveles de 2010 y su volatilidad sigue siendo extremadamente elevada, rondando los límites de 2008. Los consumidores más pobres se están viendo castigados severamente. Muchos campesinos no pueden sin embargo beneficiarse de esta subida vertiginosa de los precios debido a su marginalización política y su falta de margen de negociación. Tampoco los sueldos de los agricultores están subiendo en concordancia con el alza de los precios de los alimentos básicos.
Nosotros podemos parar este ciclo de crisis alimentarias que mecánicamente nos conduce a un aumento de las desigualdades y de la pobreza. Una cosa está clara, los precios de los alimentos seguirán subiendo y serán más volátiles en el futuro debido a las intemperies climáticas, al incremento de la competencia por la tierra y el agua, y a la especulación cada vez más feroz en los mercados físicos y financieros. Sin embargo, el hecho de que estas tendencias se traduzcan sistemáticamente en niveles más altos de hambre y malnutrición depende de las decisiones que tomen los gobiernos.
En enero de 2011, presenté a los líderes del G20 las ocho prioridades necesarias para evitar la repetición de las crisis alimentarias. Pero los gobiernos, más allá de la aplicación de estas recomendaciones, tendrán que adoptar un cambio radical de perspectiva. Hoy por hoy, muchos de estos gobiernos siguen considerando el hambre como un problema de oferta y demanda, cuando en realidad se trata de un problema de falta de acceso a los recursos productivos, tales como la tierra y el agua, de empresarios y comerciantes sin escrúpulos, de un sector de insumos cada vez más concentrado en las manos de unos pocos, y de redes de seguridad insuficientes que no permiten garantizar el respaldo a los más pobres. Se ha prestado demasiada atención a intentar corregir la brecha entre oferta y demanda en los mercados internacionales, - como si el hambre el mundo fuese el resultado de la escasez física de alimentos a nivel agregado -, mientras que se ha dejado casi completamente de lado dos temas fundamentales: los desequilibrios de poder en los sistemas alimentarios y la falta estrepitosa de apoyo que debe prestarse a los pequeños campesinos para que sean ellos los verdaderos responsables de alimentar a sus familias, a sus comunidades y a sí mismos.
Esta forma de abordar el hambre y el desarrollo rural nos ha llevado a un auténtico callejón sin salida.. Los gobiernos han intentado aumentar la producción alimentaria para garantizar el aprovisionamiento de alimentos y el control de los precios a niveles bajos para un número cada vez mayor de pobres en zonas urbanas. Por eso, han juzgado conveniente importar alimentos subvencionados malbaratados en los mercados internacionales sin considerar las repercusiones devastadoras para la producción local y en el aumento de la vulnerabilidad que esta opción crea en los países importadores netos de alimentos pues deben enfrentarse a precios cada vez más volátiles. Este enfoque tan sumamente restringido de garantizar la disponibilidad de alimentos, aunque entendible, también potencia el desarrollo de modelos industriales de producción a gran escala que quizás sí pueden responder a las exigencias de una economía alimentaria de bajo coste pero que conllevan externalidades sociales y medioambientales considerables que luego no aparecen reflejadas en el precio de los alimentos. Ésta es la situación en la que nos encontramos en la actualidad.
En los últimos tres años he explorado diferentes vías para salir de este callejón. Mi principal preocupación siempre ha sido cómo dar la vuelta a la situación: ¿cómo pasar de un sistema que arruina a los campesinos para poder alimentar a las ciudades, a un sistema en que la mejora de los ingresos de los hogares rurales ralentice la migración campo-ciudad, mejore el margen de negociación de los trabajadores urbanos y cree efectos multiplicadores en la economía local más allá de la agricultura?, ¿Cómo pasar de modos de producción de alimentos que crean desigualdad, pobreza y degradación medioambiental en las zonas rurales a sistemas agrícolas sostenibles, que puedan ser más resilientes contra el cambio climático, al tiempo que aumentan los ingresos de los productores de alimentos? Las estrategias nacionales para la realización del derecho a la alimentación desempeñan aquí un papel fundamental pues son herramientas de gran valor para resolver el dilema entre las soluciones a corto plazo y las visiones a largo plazo. Las estrategias nacionales garantizan que las decisiones políticas no sean miopes, que no ignoren las repercusiones futuras de las elecciones presentes y que no nos hagan prisioneros del “corto plazo”.
Seguiré avanzando en este sentido : utilizando el derecho a la alimentación como brújula para guiar la toma de decisiones, una brújula que nos oriente hacia sistemas alimentarios que sean más sostenibles y más resilientes. Pero también integraré nuevos temas y nuevos desafíos en mi labor, como la evolución de las dietas y las enfermedades no transmisibles, y la contribución de los derechos de las mujeres y del empoderamiento de éstas en la promoción de la seguridad alimentaria – una parte vital y a menudo menospreciada de la respuesta. Organizaré consultas sobre asuntos como el futuro de la pesca y el impacto en el derecho a la alimentación de la demanda creciente en agroenergías. Celebraré reuniones de expertos en América Latina y en África sobre los marcos legales e institucionales que protegen el derecho a la alimentación. Y seguiré plenamente involucrado en las actividades del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial que abordará temas de una importancia crucial en 2011 como son las inversiones en tierras y la volatilidad de los precios.
Pero nada de esto marcará una diferencia positiva y ni duradera si los gobiernos no refuerzan sus compromisos por la seguridad alimentaria y si los grandes movimientos sociales y los defensores de los derechos humanos de todo el mundo no siguen exigiendo un cambio. Pero tanto unos como otros deben dar a conocer sus expectativas y supervisar las decisiones tomadas por ellos o en su nombre. Deben denunciar la corrupción y la mala gestión. Resistir a la tendencia de privar a los campesinos de la tierra y del agua de las que depende para su subsistencia. El movimiento en defensa del derecho a la alimentación es un movimiento compuesto que habla diferentes idiomas pero que está emergiendo en los principales debates públicos como la veleta que guía el camino que deben emprender los sistemas alimentarios. Es un privilegio para mí estar al servicio de tan noble movimiento."